Solo dos veces he sentido algo parecido en toda mi vida. Fue una rara sensación de dicha y tristeza, de dolor y alegría y de silencio.
Ver el David de Michelangelo no puede describirse, faltarían adjetivos. A mi se me ocurre solamente una palabra: Perfección. Pero hay algo mas en el... No es solo la maestría del escultor al apreciar el cuerpo humano dibujado en piedra, donde las venas quieren mostrar la excitación, la adrelanina del cuerpo que quiere estallar, al preparase para enfrentar al Goliath. David duele, porque como dijera Andre Breton, "La belleza sera convulsiva o no lo será".
Sin embargo, hay en el también un dolor intenso, profundo, escurridizo, por querer esconderse. El no quiere matar al gigante; alguien tan hermoso no puede amar la muerte, pero esta preparado para hacerlo, no dudara si es necesario, y aun así, duda, implora quizás, desafía. Su mirada lo es todo; pudiera quedarme solamente con su expresión. Se sabe obligado, porque ante todo esta la vida, el sobrevivir, y sabe que no tendrá alternativa, pero si la hubiera, la hubiese encontrado. Creo que si.... porque David es un hombre fornido, hermoso, pero en el fondo, sigue siendo un niño asustado, alguien, que ama estar junto a sus ovejas, vivir en la tranquilidad del campo, sentarse a la sombre de un olivo y tocar la flauta, ver las montañas y los prados en la tranquilidad.
No puede negarse que Michelangelo amaba al hombre sobre toda las cosas. El supo labrar la piedra con un amor casi infantil, creativo, con una dulzura como si tuviese un delicado pincel entre sus manos, no un cincel y un martillo. Cuando te acercas te asombra la delicadeza de las formas y la perfección de cada parte de su cuerpo; pero nada, lo repito. puede comparase con su expresión, con su entrecejo fruñido que delata la duda, tal vez, el miedo. Pero hay en el David, mas que todo, ternura confundida con la bravura del hombre que se sabe expuesto al peligro. Encontré en el una complicidad que me hizo detenerme por varios minutos, no se cuantos, tal vez, fueron solo unos segundos, pero que me hizo desearlo con todas las fuerzas de mi alma, y protegerlo a la vez de aquel encuentro en el que venció al gigante. Me reconocí en el, y supe que no me equivocaba porque su mirada se dirige hacia la izquierda, hacia donde siempre encamino mis pasos, porque es allí que se encuentra el corazón.
Ver el David de Michelangelo no puede describirse, faltarían adjetivos. A mi se me ocurre solamente una palabra: Perfección. Pero hay algo mas en el... No es solo la maestría del escultor al apreciar el cuerpo humano dibujado en piedra, donde las venas quieren mostrar la excitación, la adrelanina del cuerpo que quiere estallar, al preparase para enfrentar al Goliath. David duele, porque como dijera Andre Breton, "La belleza sera convulsiva o no lo será".
Sin embargo, hay en el también un dolor intenso, profundo, escurridizo, por querer esconderse. El no quiere matar al gigante; alguien tan hermoso no puede amar la muerte, pero esta preparado para hacerlo, no dudara si es necesario, y aun así, duda, implora quizás, desafía. Su mirada lo es todo; pudiera quedarme solamente con su expresión. Se sabe obligado, porque ante todo esta la vida, el sobrevivir, y sabe que no tendrá alternativa, pero si la hubiera, la hubiese encontrado. Creo que si.... porque David es un hombre fornido, hermoso, pero en el fondo, sigue siendo un niño asustado, alguien, que ama estar junto a sus ovejas, vivir en la tranquilidad del campo, sentarse a la sombre de un olivo y tocar la flauta, ver las montañas y los prados en la tranquilidad.
No puede negarse que Michelangelo amaba al hombre sobre toda las cosas. El supo labrar la piedra con un amor casi infantil, creativo, con una dulzura como si tuviese un delicado pincel entre sus manos, no un cincel y un martillo. Cuando te acercas te asombra la delicadeza de las formas y la perfección de cada parte de su cuerpo; pero nada, lo repito. puede comparase con su expresión, con su entrecejo fruñido que delata la duda, tal vez, el miedo. Pero hay en el David, mas que todo, ternura confundida con la bravura del hombre que se sabe expuesto al peligro. Encontré en el una complicidad que me hizo detenerme por varios minutos, no se cuantos, tal vez, fueron solo unos segundos, pero que me hizo desearlo con todas las fuerzas de mi alma, y protegerlo a la vez de aquel encuentro en el que venció al gigante. Me reconocí en el, y supe que no me equivocaba porque su mirada se dirige hacia la izquierda, hacia donde siempre encamino mis pasos, porque es allí que se encuentra el corazón.