Anoche hablábamos una amiga y yo sobre Carilda Oliver. Ella la trajo a la memoria, como esos hilos dorados que nos cuelgan en el alma sobre Cuba. Hoy leo que se nos ha ido. Quizás, ya lo presentíamos, mi amiga de Paris y yo, y no lo sabíamos... Fue la señal, tal vez, para volver sobre sus poemas, su erotismo trasgresor y su belleza de mujer.
La descubrí durante mis anos de universidad, cuando alguien decidió filmar su ciudad natal, y hablar de la belleza de la misma. Su voz acompañaba las imágenes recitando el poema " Canto a Matanzas". Y fue otro descubrimiento. Yo nunca había salido de la Habana, y no conocía nada de Cuba. Pero luego de ver aquellas imágenes, supe que de no vivir en la capital, viviría allí, en aquel lugar bordeado por el rio Yumuri, y donde los puentes son como canales del destino conectando almas.
Me enamore de Matanzas, quizás por lo del agua por todas partes, como diría Virgilio, de sus casas y calles, de sus puentes. Carilda que le debía la vida, le quería deber la muerte. Y entonces, me atrapó también.
De alguna manera me hizo pensar en Dulce Maria Loynaz, por esa complicidad de ambas con el agua.." Bordo el pasado y así / toda mi infancia cayendo/ como un dado azul, tremendo/ va a parar al Yumurí.." (La ceiba me dijo tu, Carilda Oliver); Dulce Maria , por su parte, en sus Poemario Juegos de Agua le canta también al rio de su ciudad , Al Almendares..." Yo no dire que mano me lo arranca/ ni de que piedra de mi pecho nace/ Yo no dire que el sea el mas hermoso/pero es mi rio mi país, mi sangre!" (Al Almendares, Dulce Maria Loynaz).
Estas dos bellísimas cubanas, poetas, las unía la pasión por su lugar natal, por las venas de agua que corría bajo las piedras de sus ciudades; y amando esta singularidad, podían amar la pluralidad, a todo un país, amaban a Cuba. " Cuando vino mi abuela/ trajo un poco de tierra española,/ cuando se fue mi madre/ llevo un poco de tierra cubana./Yo no guardare conmigo ningún poco de patria:/ La quiero toda/sobre mi tumba ( La Tierra, Carilda Oliver).
Dulce Maria, por su parte, dejo bien claro el amor incondicional a su país cuando Vicente Gonzales Castro en su libro " Un encuentro con Dulce Maria" le pregunta: .." por que nunca nos abandono?..."
-" Joven, cuando triunfo la Revolucion yo no sabia lo que iba a pasar en Cuba, pero fuera cual fuera el destino de mi país, yo no podia irme de aquí. Y entonces, levanto la cabeza con orgullo, me miro fijo a los ojos, puso firme la voz y añadió: - No olvide que soy la hija del General. " ( Vicente Gonzales Castro, Un encuentro con Dulce Maria Loynaz, pág. 223, Ediciones Artex/Prelasa, 1994)
Y esta similitud de almas anduvieron caminos paralelos, aunque no similares. Dulce, mujer y amante de un hombre que la espero por veintiséis anos hasta desposarla; Carilda en cambio, trasgresora, amante siempre, erotica y entregada, sin renunciar a ser amada ni amar. Ambas caminaban movidas por la pasión del amor, por la pasión de las letras, del agua y de la luz.
Y si esto no bastara, allí están Calzada de Tirry 81, la casa de la Matancera, o Ultimos días de una casa, ese conmovedor poema de Dulce Maria sobre la casa de la niñez, de los recuerdos infantiles y los descubrimientos juveniles, quizás del primer beso. Ambas moradas también fueron cantadas por las poetas. Porque esos lugares eran sus templos sagrados; lugar donde se escondían las huellas mas importantes de sus pasos, donde diambulaban los fantasmas del pasado, las paredes que guardaban los secretos de estertores y gemidos.
.."La casa/ la casa enorme con soledades y heliotropos/lúgubre, vacía/ la casa centenaria sigue goteando/sobre mis heridas.." ( Esta Memoria, Carilda Oliver); .." Otro día ha pasado y nadie se me acerca./ Me siento ya una casa enferma, una casa leprosa." (Dulce Maria, Ultimos días de una casa).
Así las llevo conmigo, unidas como Parcas, zurcidas por el mismo verso. Y es que nunca pensé seriamente que pudiesen ser tan coherentes, tan parecidas, tan distintas, y tan unidas.
Carilda Oliver como Dulce Maria, se ha ido como un pequeño arroyo, atravesando colinas y escondrijos entre las piedras, dibujando un bordado a mano de agua fina, salpicando rostros para irse a desembocar al mar.