a Maya Plisetskaya
Fueron tus brazos los que nos enamoraron, tu ganas de salir a volar, a descubrir el mundo, y a escapar. Por eso, te reconocimos desde el inicio, no eras ajena. Venías de lejos, pero te quedarías para siempre. Eras la alegría de la luz, y la fuerza de la esperanza.
No importaba que no comprendiéramos mucho de tu lejana tierra, porque a nosotros nos sobraban las palabras. Teníamos tu gesto, tu fino rostro, tus ojos que no delataban, Teníamos tus brazos, Maya, que eran más que alas, eran gritos de agonía, lujuria encendida de mujer que se revela y canta, era un código secreto para callar y decir, un volcán de gritos y plumas blancas. Nos trajiste con tu paso leve, lento, pequeño, casi silencioso, la suavidad del agua, nosotros que sabemos de huracanes y mareas como congas o guarachas. Te volvías frágil cisne que al morir también cantaba. Y te amamos para siempre, hasta el fin, como se ama lo que no escapa.
Fueron tus brazos los que nos enamoraron, tu ganas de salir a volar, a descubrir el mundo, y a escapar. Por eso, te reconocimos desde el inicio, no eras ajena. Venías de lejos, pero te quedarías para siempre. Eras la alegría de la luz, y la fuerza de la esperanza.
No importaba que no comprendiéramos mucho de tu lejana tierra, porque a nosotros nos sobraban las palabras. Teníamos tu gesto, tu fino rostro, tus ojos que no delataban, Teníamos tus brazos, Maya, que eran más que alas, eran gritos de agonía, lujuria encendida de mujer que se revela y canta, era un código secreto para callar y decir, un volcán de gritos y plumas blancas. Nos trajiste con tu paso leve, lento, pequeño, casi silencioso, la suavidad del agua, nosotros que sabemos de huracanes y mareas como congas o guarachas. Te volvías frágil cisne que al morir también cantaba. Y te amamos para siempre, hasta el fin, como se ama lo que no escapa.
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