Hace tiempo le debía estas letras a mi perro. Se llamaba Mocho, porque le habían cortado la cola. Cuando apareció en mi vida ya era un perro grande. Yo había tenido que salir de la ciudad, y pedi a mi madre que se quedara cuidando mi casa. Mi barrio, en uno de los suburbios de La Habana, no era uno de los mas seguros , y temía que sucediese algo en mi ausencia y nadie estuviese en casa.
Al volver, mi madre me dijo que afuera había un perro que se echaba en el dintel de la puerta, y que había aparecido de improvisto, y la seguía a todas partes cada vez que tenía que salir. Era un hermoso perro "sato", como llamamos en Cuba a los perros sin raza definida.
Mocho fue el segundo perro que tuve en mi vida, mas bien el tercero, pues hubo un primer pastor- alemán que existió cuando yo era pequeñito, y junto a quién dí mis primeros pasos. Aquel perro era mi guardián y, según me cuentan, hasta trataba de ayudarme a levantar cuando me caía en mi intento por caminar. Nadie podía acercarseme, excepto las personas de la casa: mi abuela, mi madre y mi padre. Pero en aquella casa grande del campo, el perro salía a jugar al patio, y le encantaba volver a entrar y treparse a la cama de mi abuela y ensuciarle sus sabanas blanquísimas. Eso era demasiado para ella. Luego el perro enfermó, y hubo que alejarlo de mi. Mi padre tuvo que sacarlo de casa. Nunca más tuve otro perro. Miles de veces me aparecía con un pequeño cachorro que me habían regalado, y mi abuelita no me permitía entrar a casa con él.
Siendo adulto, y mi abuela ya enferma, me regalaron un hermoso cachorro negro de raza poodle un 17 de Diciembre, día de San Lazaro. Yo le puse Lachi. Y aunque temí la misma reacción por años de mi abuela, cuando vió aquel bulto hermoso de pelo negro como la noche, y ojos como el azabache, pues lo abrazó y hasta besó. Fue uno de los gestos más hermosos que ví a mi abuela, de tantos que tuvo en su vida, pues ella fue y seguíra siendo mi ángel. No pudo disfrutarlo mucho ya que poco tiempo después murió. Yo me quedé solo en aquella casa, y mi perro. Un buen día se lo robaron. Yo entristecí y me volví como loco que hasta ofrecí un rescate por él. Alguien se apareció con mi perrito, y le di un dollar en recompensa. Yo nunca dije la cantidad que daría, pero seguro que los bandidos esperaban más del rico del barrio. Sin embargo, la dicha no duró mucho y poco tiempo después, volvieron a llevárselo. Esta vez, no insistí y lo dejé todo así.
Mocho fue mi tercer perro. Sus patas eran largas y su pelo blanco, con manchas carmelitas en su rostro, desde los ojos a las orejas, parte del torso, la cola y patas. Enseguida me enamoré de él y siempre me he preguntado por qué a algunos perros le cortan la cola, es como si los mutiláramos de alguna manera. Mocho, sin embargo, era o es , un perro muy vivaz y alegre. Enseguida le cogí cariño y comenzamos a desarrollar una relación de perro -amo muy linda. Yo le cuidaba, alimentaba, con un amor inmenso. La hora del baño era la más complicada porque no le gustaba..., y todavía cuentan que a los gatos no les gusta el agua.!
A Mocho para bañarlo había que amarrarlo, después de perseguirlo por toda la calle. El se presentía cuando llegaba ese momento y se escapaba. Lo triste y gracioso de la historia, es que cuando terminaba mi labor de aseo con él, pues sacudía su hermosa pelera mojada e iba a restregarse sobre la tierra má cercana. Era su forma de burlarse de mí, y de mostrarme su voluntad...pero yo adoraba a mi perro.
Cuando regresaba cada día del trabajo y doblaba la esquina de mi casa, sonaba las llaves de mi llavero y él, acostado en la entrada de casa, elevaba su cabeza en busca del sonido y salía a mi encuentro como un niño feliz de ver a su padre. Mocho saltaba de alegría al verme con una exaltación que desbordaba las emociones. Yo reía al verlo, porque me parecía que el perro estaba cruzado con una cabra pues saltaba como tal. Donde estará ahora mi querido compañero?
Al salir de Cuba, lo dejé y supe que se volvió muy agresivo con las personas que pasaban frente a mi casa. Yo vivía puerta a la calle. Tuvieron que regalarlo a un senor que poseía una finca cercana, y necesitaba un vigilante. Solo espero que no lo hayan maltratado y que esté bien cuidado.
Aqui lo tengo en una foto sobre mi buró y me acompaña cada día, junto a otros recuerdos que atesoro de la isla. En su foto me mira y sonríe, y se que luego de la instantánea salió a corretear por las calles del barrio, como hacía siempre, para hacer su voluntad.
Al volver, mi madre me dijo que afuera había un perro que se echaba en el dintel de la puerta, y que había aparecido de improvisto, y la seguía a todas partes cada vez que tenía que salir. Era un hermoso perro "sato", como llamamos en Cuba a los perros sin raza definida.
Mocho fue el segundo perro que tuve en mi vida, mas bien el tercero, pues hubo un primer pastor- alemán que existió cuando yo era pequeñito, y junto a quién dí mis primeros pasos. Aquel perro era mi guardián y, según me cuentan, hasta trataba de ayudarme a levantar cuando me caía en mi intento por caminar. Nadie podía acercarseme, excepto las personas de la casa: mi abuela, mi madre y mi padre. Pero en aquella casa grande del campo, el perro salía a jugar al patio, y le encantaba volver a entrar y treparse a la cama de mi abuela y ensuciarle sus sabanas blanquísimas. Eso era demasiado para ella. Luego el perro enfermó, y hubo que alejarlo de mi. Mi padre tuvo que sacarlo de casa. Nunca más tuve otro perro. Miles de veces me aparecía con un pequeño cachorro que me habían regalado, y mi abuelita no me permitía entrar a casa con él.
Siendo adulto, y mi abuela ya enferma, me regalaron un hermoso cachorro negro de raza poodle un 17 de Diciembre, día de San Lazaro. Yo le puse Lachi. Y aunque temí la misma reacción por años de mi abuela, cuando vió aquel bulto hermoso de pelo negro como la noche, y ojos como el azabache, pues lo abrazó y hasta besó. Fue uno de los gestos más hermosos que ví a mi abuela, de tantos que tuvo en su vida, pues ella fue y seguíra siendo mi ángel. No pudo disfrutarlo mucho ya que poco tiempo después murió. Yo me quedé solo en aquella casa, y mi perro. Un buen día se lo robaron. Yo entristecí y me volví como loco que hasta ofrecí un rescate por él. Alguien se apareció con mi perrito, y le di un dollar en recompensa. Yo nunca dije la cantidad que daría, pero seguro que los bandidos esperaban más del rico del barrio. Sin embargo, la dicha no duró mucho y poco tiempo después, volvieron a llevárselo. Esta vez, no insistí y lo dejé todo así.
Mocho fue mi tercer perro. Sus patas eran largas y su pelo blanco, con manchas carmelitas en su rostro, desde los ojos a las orejas, parte del torso, la cola y patas. Enseguida me enamoré de él y siempre me he preguntado por qué a algunos perros le cortan la cola, es como si los mutiláramos de alguna manera. Mocho, sin embargo, era o es , un perro muy vivaz y alegre. Enseguida le cogí cariño y comenzamos a desarrollar una relación de perro -amo muy linda. Yo le cuidaba, alimentaba, con un amor inmenso. La hora del baño era la más complicada porque no le gustaba..., y todavía cuentan que a los gatos no les gusta el agua.!
A Mocho para bañarlo había que amarrarlo, después de perseguirlo por toda la calle. El se presentía cuando llegaba ese momento y se escapaba. Lo triste y gracioso de la historia, es que cuando terminaba mi labor de aseo con él, pues sacudía su hermosa pelera mojada e iba a restregarse sobre la tierra má cercana. Era su forma de burlarse de mí, y de mostrarme su voluntad...pero yo adoraba a mi perro.
Cuando regresaba cada día del trabajo y doblaba la esquina de mi casa, sonaba las llaves de mi llavero y él, acostado en la entrada de casa, elevaba su cabeza en busca del sonido y salía a mi encuentro como un niño feliz de ver a su padre. Mocho saltaba de alegría al verme con una exaltación que desbordaba las emociones. Yo reía al verlo, porque me parecía que el perro estaba cruzado con una cabra pues saltaba como tal. Donde estará ahora mi querido compañero?
Al salir de Cuba, lo dejé y supe que se volvió muy agresivo con las personas que pasaban frente a mi casa. Yo vivía puerta a la calle. Tuvieron que regalarlo a un senor que poseía una finca cercana, y necesitaba un vigilante. Solo espero que no lo hayan maltratado y que esté bien cuidado.
Aqui lo tengo en una foto sobre mi buró y me acompaña cada día, junto a otros recuerdos que atesoro de la isla. En su foto me mira y sonríe, y se que luego de la instantánea salió a corretear por las calles del barrio, como hacía siempre, para hacer su voluntad.