Era un niño en la década del setenta cuando empecé a oír su nombre, y su presencia se me hizo familiar en aquel programa que duró más de veinte años en la televisión cubana: "Album de Cuba".
Con ella me acerqué, por primera vez, a los nombres de Adolfo Guzmán, Eduardo Saborit, Sindo Garay y Ernesto Lecuona. Su rostro y estilo nada tenían que ver con mi época, sin embargo, había una manera especial y diferente de cantar, de interpretar, con un ritmo que me hacía seguirla cada semana. Su voz era cadenciosa y suave, y representaba una elegancia que ya, por entonces, desaparecía de la televisión cubana.
Como siempre gusté de lo diferente, me gustaba Esther Borja. Ella representaba una época que nada tenía que ver con la mía y, por eso, me aferraba a verla. Con el tiempo descubrí que la calidad se impone al tiempo, y como dice la letra de una canción, también cubana, .." lo bueno no pasa…". Esther Borja proyectaba una sencillez natural y una humildad increíbles, nunca me pareció pretenciosa quien pudo haberlo sido.
El mérito de haber mantenido el nombre de Ernesto Lecuona, al menos vivo en generaciones que no lo conocímos, en un programa de música cubana por más de dos décadas, cuando se ignoraba, a priori, por los ineptos dirigentes culturales, es suficiente para considerarla una de nuestras inolvidables voces. Sus cien años de vida fueron, sin duda, su más grande bendición.